Compartir una tarde de "aventuras" con un niño es un festín para los sentidos y la inteligencia. Los niños saben mirar el mundo con una clarividencia que nos ha abandonado a los adultos, también con una simplicidad que entra en la verdad de las cosas de un modo más llano y directo que todos nuestros abstrusos razonamientos. Un verdadero bálsamo para esas cicatrices y esas legañas de la edad adulta que entorpecen nuestro entendimiento para el disfrute de lo más sencillo.
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